El alfarero se irrita con el alfarero y el recitador con el recitador // y el mendigo con el mendigo.
Hasíodo, Trabajos y días 25.
Hasíodo, Trabajos y días 25.
Fácil es abrir la boca y hablar de la actualidad y de tacharla de frívola, petrificada y carente de ideología alguna. También es fácil culpar al intelectual de no haber llenado el tanque de combustible para poder continuar, aún considerando que inclusive el político tiene intelecto. Sin embargo, habría que ver para qué sirve el nivel de intelecto con el que se desempeña el político y en qué nivel se desempeña el intelectual.
Vivimos en un presente de alta velocidad, tanta que es confuso percibir la escala de valores que se supone deberías estar fijos en la mentalidad de una ciudad. Se establecen leyes, pero si difícil es que los dirigentes se acaten a la ley sin antes modificarla por considerarla inconveniente al “interés del pueblo”, mucho más será que el pueblo se acate al río de palabras que postula un constitución, aún ésta pueda apelar que representa la formalidad política, cuando en la práctica, el pueblo oscila en un desapego y desenfreno de opiniones heterogéneas.
La codicia se disfraza entre los distintos sectores políticos. La política es un negocio bastante bien remunerado, la patria no es más que un concepto artificial que sirve de máscara a los negociantes. El intelectual retrocede ante este ejemplo de tergiversación conceptual, el intelectual, visto como un centinela de los conceptos llamémosle ortodoxos, se zambulle en las distintas acepciones que se le ha dado con el paso de los años, y juega el mismo juego de pretensión y encubrimiento. Hasta ahora, el nivel de política dado en el intelectual es de mero intérprete conceptual, su ejercicio no se lleva a la práctica de hecho porque su campo se encuentra fundamentado primero en la teoría y luego en su traducción a la realidad. El intelectual también es un estratega.
Pero recurriendo a lo anterior, la gran velocidad con la que se vive hoy en día, no hubiera sido posible sin el dominio de la tecnología y las artes que son el campo del intelectual. La política se queda atrás, es por eso que el papel del intelectual se ejecuta en conjunto con el del político. La Universidad se actualiza, se pone a la vanguardia, pero no podría estar así, sino fuera por los recursos públicos. La necesidad de respaldo intelectual de la política y de su uso de dichos recursos, crea una simbiosis (por no decir co-dependencia) de ambos sectores.
En el ámbito político, aquél que se hace rodear de intelectuales que le respalden tanto ideológica como técnicamente robustece su discurso. Comete un grave error, aquél político que, en vez de rodearse de especialistas, se rodea de negociantes, pues negociante también es él, en éste caso, tal como decía Hesíodo, se irritan, pero no sólo eso, también irritan a aquellos que aspiran a ser como ellos y se encuentran amordazados por sus puestos políticos o su compromiso intelectual, para colgarse del presupuesto público, sea de la universidad o sea directamente del gobierno. Este es un paso que tanto el político como el intelectual son capaces de dar, distinguirse como políticos o como intelectuales sin que un político se intente distinguir por su intelecto ni un intelectual por su política. Aún así conservo mis reservas de esta codependencia.
Vivimos en un presente de alta velocidad, tanta que es confuso percibir la escala de valores que se supone deberías estar fijos en la mentalidad de una ciudad. Se establecen leyes, pero si difícil es que los dirigentes se acaten a la ley sin antes modificarla por considerarla inconveniente al “interés del pueblo”, mucho más será que el pueblo se acate al río de palabras que postula un constitución, aún ésta pueda apelar que representa la formalidad política, cuando en la práctica, el pueblo oscila en un desapego y desenfreno de opiniones heterogéneas.
La codicia se disfraza entre los distintos sectores políticos. La política es un negocio bastante bien remunerado, la patria no es más que un concepto artificial que sirve de máscara a los negociantes. El intelectual retrocede ante este ejemplo de tergiversación conceptual, el intelectual, visto como un centinela de los conceptos llamémosle ortodoxos, se zambulle en las distintas acepciones que se le ha dado con el paso de los años, y juega el mismo juego de pretensión y encubrimiento. Hasta ahora, el nivel de política dado en el intelectual es de mero intérprete conceptual, su ejercicio no se lleva a la práctica de hecho porque su campo se encuentra fundamentado primero en la teoría y luego en su traducción a la realidad. El intelectual también es un estratega.
Pero recurriendo a lo anterior, la gran velocidad con la que se vive hoy en día, no hubiera sido posible sin el dominio de la tecnología y las artes que son el campo del intelectual. La política se queda atrás, es por eso que el papel del intelectual se ejecuta en conjunto con el del político. La Universidad se actualiza, se pone a la vanguardia, pero no podría estar así, sino fuera por los recursos públicos. La necesidad de respaldo intelectual de la política y de su uso de dichos recursos, crea una simbiosis (por no decir co-dependencia) de ambos sectores.
En el ámbito político, aquél que se hace rodear de intelectuales que le respalden tanto ideológica como técnicamente robustece su discurso. Comete un grave error, aquél político que, en vez de rodearse de especialistas, se rodea de negociantes, pues negociante también es él, en éste caso, tal como decía Hesíodo, se irritan, pero no sólo eso, también irritan a aquellos que aspiran a ser como ellos y se encuentran amordazados por sus puestos políticos o su compromiso intelectual, para colgarse del presupuesto público, sea de la universidad o sea directamente del gobierno. Este es un paso que tanto el político como el intelectual son capaces de dar, distinguirse como políticos o como intelectuales sin que un político se intente distinguir por su intelecto ni un intelectual por su política. Aún así conservo mis reservas de esta codependencia.
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