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De la excelencia entre las aves

martes, 30 de marzo de 2010

Acontece que en esos tiempos de recelo, un ave, quien libre como se le considera a la mejor ave de entre ellas, volaba por los aires con tal destreza, que desde pequeña ya aventajaba la gallardía y habilidad de sus padres. Perfilada como una de las mejores, acostumbraba encabezar expediciones al cielo, muy arriba, lo más cercano del sol que se pudiera sin antes quemarse.

Normalmente ocurría que llegaba un punto que la resistencia de las aves promedio cedía y tenían que regresar derrotadas, pero esta ave, continuaba todavía un par de aleteos más adelante antes de regresar victoriosa. Con la sonrisa de quien ha sido testigo de la verdad en su sentido más puro. Decía ella, que acercarse a la luz era como permanecer rodeado por un abrigo celestial digno de héroes y semidioses. Le preguntaban de todas las formas posibles ¿cómo podría describir aquella sensación? No faltaba quien por medio de una dialéctica limpia y bien intencionada le intentara sacar un concepto aproximado a ello, pero era común que después de un largo rato de charla, al ave se le acababan las palabras para definir aquella experiencia que le inducía el sentirse lejos de las todas posibilidades jamás alcanzadas hasta entonces. Así muchas lo intentaron, pero pocas soportaban con tal destreza la mitad de lejanía en la que aquella ave se perdía de vista y se sumergía en un potente mar de luz y claridad. Hasta que un día, simplemente no volvió de su empresa por un largo tiempo.

El día de su vuelta, aquella ave no era la misma, pocos pudieron reconocerla debido al brillo que sus plumas emanaban. De ella misma nacía una luz que sus plumas matizaban de manera que sus alas parecían dos ardientes llamas, regocijadas en incesantes brazas de potente fulgor. Su cola se elevaba como la estela de un faro, que aún a la luz crepuscular pareciera que iluminaba la más densa de las neblinas. Se fundía entre los rizos del sol para postrarse en lo alto y quemar las retinas de los insensatos que osaban permanecer observándola y no bajar la vista, voluntariamente o a la fuerza, reconociendo la superioridad de su excelencia.

Sin duda un ejemplo ilustre para las generaciones postreras, una muestra del bien a alcanzar, tanto en belleza como en aptitud y reconocimiento. La más óptima de entre la aves jamás vista en todos los tiempos.

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