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Pelando la cebolla

lunes, 28 de diciembre de 2009

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Alguno de ustedes ha escuchado por allí de las tres cosas que un hombre debe hacer antes de morir? Pues al parecer hay muchas que podrías ser desde lo más absurdo como pedir una Big Mac en un Burger King hasta las que sonde ley: Plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. A ésta ultima me remito, cualquiera de los tres casos me parece que son cuestiones necesarias para poder perpetuarse mucho más allá de la vida. Así tenemos las confesiones de San Agustín o las de Rousseau que no conformes con eso dejaron grandes obras, perdurables y que se han vuelto clásicos no sólo de la literatura o de la filosofía. Han logrado perpetuarse por medio de las letras. Sin embargo sobre eso existen muchos ejemplos, como los planes que tenía Salvador Dalí para su vida y la razón por la que escribió su autobiografía. O aquella otra biografía de Alejandro Jodorowsky que mezcla ficción y realidad a lo largo de su vida de artista, asceta, filósofo, milchambitas, sus amoríos, victorias y derrotas, envueltas en un aura de misticismo y locura típico del autor.

Algo tendrá de autobiográfico la obra de todos los autores, así tenemos la obra de Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer en relación con la infancia del autor en los bordes del misisipi, o el modo de vida tomado por Melville en los barcos balleneros que le brindaron los conocimientos necesarios para escribir Moby Dick. Un poco más para acá, parece que sobre José Luis Cuevas lo único que hay son biografía escritas por un sin numero de personas encargadas de lambisconear al monumento o al monstruo que ahora es dicho personaje. Su amigo Carlos Fuentes que escribe de sus experiencias en la ciudad de México en la facultad de derecho que ya parece que es el mismo personaje que se repite una y otra vez en sus obras. A cada quien le toca vivir su tiempo y se transforma en testigo del mismo.

Lo mismo le ocurrió a Günter Grass en Pelando la cebolla, novela autobiográfica donde ya sea para exorcizar los demonios del pasado o auto perdurarse en el tiempo, el autor nos relata cómo es que se volvió en un testigo y protagonista de su tiempo. Nos comenta lo que le ocurrió cuando, entre las filas del ejercito Nazi, en calidad de voluntario de las Juventudes Hitlerianas se vio mezclado en batalla, cómo a lo largo de su juventud desarrolló un gusto por la literatura. También algo bastante curioso, cómo en un campo de refugiados y prisioneros políticos de hiso de un amigo bastante peculiar llamado Joseph con quien compartía la poesía y jugaban dados, y que terminó convirtiéndose en el papa Benedicto XVI. Su ascenso a la fama moderada de las letras y la poesía, su familia y modo de vida.

Para Grass la memoria es como una especie de cebolla, que hay que ir pelando. Las capas de la cebolla nos van revelando los recuerdos que uno tiene de pasado y que tal como la cebolla lo hacen a uno llorar. Algo curioso es la distinción que hace Grass entre memoria y recuerdo pues si en un lado utiliza la metáfora de la cebolla en otro utiliza al ámbar que atrapa a los insectos y los petrifica para los tiempos futuros. Así es su memoria y así son sus recuerdos. Les aseguro que tal como él lo dice, muchos fragmentos de su obra se sienten como si los hubiera escrito con las lágrimas en los ojos.

Sin embargo su vida no se llena sólo de letras, pues tanto se dedicó a escribir poesía como también fue aprendiz en una agencia de lápidas, trabajo que le permitió entrar al terrero de la escultura, además claro de su gusto por la técnica de la acuarela y el dibujo.

Pues si existe alguien decidido a perdurarse sobre la vida es él. Todavía no figura en mi edición pero para entonces la última cáscara de cebolla figura un premio Nobel de literatura. Entre sus obras más conocidas, se encuentra: Años de perro y el Tambor de Hojalata, llevada al cine por Volken Schlöndorff ganadora del Oscar a la mejor película de habla no Inglesa de 1979.

Ha por cierto, siguen en pie mi libro bien intencionado, Grass sigue siendo u Inter, no crean que he olvidado a Boccaccio.
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