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La geografía de la masturbación

domingo, 25 de octubre de 2009

He encontrado un viejo escrito de hace dos o tres años, es uno de los textos eróticos que escribí mientras estaba solo. Espero lo disfruten:
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La caprichosa topografía de sus sabanas nacaradas que se extienden al ímpetu de las oscilaciones constantes, del movimiento ondulatorio de las masturbaciones tectónicas del núcleo ardiente de la carne, en la corteza de la piel, en la falla de San Andrés, de donde en prenda se desata el movimiento oscilatorio, en la hendidura de la falla erógena, donde se esconde el húmedo deslizar del toque, del roce que Miguel Ángel representó de Dios a Adán, de la vida y el placer, de la situación, del paraíso, Adán es parte del paraíso, Adán es solo una parte de la mujer, duerme tranquilo inalterable en el paraíso terrenal que esta situado entre dos ríos.

Son solo las sábanas las que recienten el viento de la rendija inferior de la puerta, como los bajos mares, y es la puerta quien además resguarda con diestro sigilo el paraíso momentáneo de Adán. Es ella quien cierra sus rechinantes fauces y se traga la oscuridad, y su rendija es la luna. Quien susurra mareas, quien altera poetas pastores y brinda el único rastro de luz en la habitación en cálida tiniebla. Cierra las puertas de la mañana, y una nueva sábana cubre la inmensurable sensación del respirar de la tierra. Que ignora el alba, que le da su espalda al íntegro amanecer.

Y el silencio es el rey de la oscuridad, es la falsedad de la nada, es el silencio que reina bajo los bajeles de la líquida habitación tan inmensa como los mares y las tierras lejanas, tan grande, inabarcable.

Y el centro del mundo es Adán, en el paraíso, su territorio es tan inmenso que resulta increíble poderse resumir en el fémino cuerpo, pero lo hace en una sola cabeza; se sienta a definir. Qué tan poderoso y vulnerable puede estar.

La suave ventana al mundo de los ojos cerrados, nos brinda la impecable imagen del paraíso que nos queda disponible. En esa ventana descansan las hebras de las corrientes, la cabellera teñida de oscuridad, invisibles mareas de viento y corrientes de agua, de potente frenesí ecléctico.

De montañas salvajes, de praderas vastas, de la bifurcación de su río con los que caminó kilómetros, cuadras de la ciudad, y con el cauce de sus dedos, semiarquean el tolete de la caricia certera. Y el inconfundible patrón del elíptico movimiento y placentero frotar, hace sudar los pies y la cabeza. Embriagante, exquisito cóctel de sudor y jugos naturales en la yema de los dedos, que acaricia a Adán. Con los que fue bendecido, y con los que obtuvo la vida.

Sudan las frágiles campos de los dedos, los incandescentes labios de roca fundida, en la escarpada punta de la nariz, suda Adán, suda el iceberg de la punta de la lengua, y los gélidos vientos de la caverna oral también, suda la cumbre de sus muslos y la cima de sus pechos, suda la contracara de su ombligo y los desérticos llanos de su vientre, y en su espalda sudan los deslaves de su piel, la áspera terrecería de su cara, cubierta por arrugas que todos quisieran disimular. Suda los lóbulos como tersas estalactitas agujeradas por los aretes de la gravedad, cuentas, joyas o jades, qué más da.

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